“El punk fue la música de un mundo en el que todo lo sólido se había disuelto en el ruido de dientes que rechinan.”  
Greil Marcus, Rastros de carmín. Una historia secreta del siglo XX, Barcelona: Anagrama, 1993, p. 40.

Moralzarzal fue un proyecto que realizamos en el sótano de la galería NN, en La Plata. Partió de una idea: pensar cómo los jóvenes arman guaridas o refugios para construir identidades colectivas. Lo cruzamos con nuestras propias infancias: Fabro en Los Cardales —un pueblo de la provincia de Buenos Aires, a 70 km de la ciudad— y Dante en Moralzarzal —un municipio de la sierra de Madrid, en España.

La primera etapa consistió en revisar archivos de imágenes arquetípicas de la historia y la ficción y mezclarlas con recuerdos pre-adolescentes. Así pasamos a la fase de entrevistas y práctica, guiados por el eco de los “dientes que rechinan” de los que hablaba Marcus para describir la experiencia de un recital punk. Ese eco, que entendimos como herencia de un momento contra-cultural, se cruzó con los relatos de los jóvenes con los que charlamos y fotografiamos.

Entre los protagonistas estuvieron Juani, Iris y Marian —ex alumnos y patinadores del polivalente de San Isidro—, Javi, tatuador y ciclista de fixie, y los amigos Leandro (“barrio niebla”) y Sojo (“Contrahombre”), que en las noches porteñas aparecían como dos cachorros enmascarados.

El trabajo lo concentramos en Liniers, en el galpón del padre de Fabro. Usamos chatarra, maderas y máquinas familiares. Armamos soportes para retratos, accesorios textiles y dibujos a cuatro manos. Las guaridas que levantamos recordaban tanto a las cabañas precarias de la infancia como a un laboratorio actual de seres disidentes.

La exposición se tituló Moralzarzal y terminó siendo un cruce entre biografía y presente: los recuerdos de Los Cardales y Moralzarzal se mezclaron con las historias de los chicos retratados, para crear un territorio común donde la amistad y los refugios compartidos marcaron el inicio de una comunidad.